Este fue un año vertiginoso en el mundo de la Inteligencia Artificial (IA).
La revolución que asomó a fines de 2022 estalló plenamente en 2025, infiltrándose en casi todos los rincones de nuestra vida. Vimos avances impresionantes: modelos de lenguaje poderosos y agentes capaces de actuar casi autónomamente.
Uno de los saltos más sonados fue el de los llamados agentes de IA. Hasta hace poco las tecnologías generativas solo respondían preguntas, pero en 2025 empezaron a realizar tareas complejas de principio a fin. OpenAI presentó su modo agéntico y Google lanzó su nuevo modelo Gemini para codificar algoritmos avanzados.
Con herramientas más confiables y autónomas, el mercado laboral sintió el temblor. Muchas empresas grandes anunciaron reestructuraciones atribuyéndolo a la adopción tecnológica.
Solo en octubre se anunciaron 31.000 despidos vinculados a la automatización acelerada en empresas como Microsoft, IBM, Meta y Amazon.
En colegios y universidades, 2025 será recordado como el año en que la irrupción de la IA generativa puso las aulas patas arriba.
Las plataformas se convirtieron en el compañero de estudios de millones de alumnos. El viejo modelo de trabajo en casa y examen escrito se volvió obsoleto ante esta transición convulsa.
Otro gran desafío que explotó fue el de la verdad. Nunca fue tan fácil crear contenido falso mediante deepfakes y desinformación.
El laboratorio DeepMind lanzó modelos capaces de crear clips de vídeo muy convincentes, mientras proliferaron estafas con audios clonados que obligaron a proponer nuevas leyes penales.
Más allá de lo público, la tecnología irrumpió en nuestra intimidad. Suena a ciencia ficción, pero muchísima gente entabló vínculos emocionales con avatares. Un estudio en EE. UU. reveló que el 28% de los usuarios calificó su relación con una plataforma de IA como íntima o romántica, generando nuevas preocupaciones en salud mental.
En el aspecto económico, el apetito de los inversores fue casi desmesurado. Las acciones vinculadas a esta industria explicaron cerca del 75% de las ganancias del índice S&P 500.
Sin embargo, la sostenibilidad se convirtió en debate: estos modelos consumen muchísima energía y agua, generando una huella de carbono significativa.
Al mirar hacia 2026, la rápida mejora de los modelos continuará. Es de esperar que interactuemos con asistentes integrados en teléfonos y computadoras que ejecuten acciones con mínima supervisión.
En el entorno de trabajo, probablemente la tecnología sea como una colega más, ayudando a redactar informes y resumir reuniones.
Probablemente en 2026 veamos un ajuste de expectativas y una regulación más dura. Los dilemas éticos seguirán en el centro: sesgos algorítmicos y el control de las herramientas más potentes.
Tal vez nos acerquemos más a la inteligencia artificial general, el umbral donde la máquina iguala la capacidad intelectual humana.
Al cerrar este ciclo, queda claro que la tecnología no es futurismo abstracto: es una fuerza real reconfigurando el mundo. La gran pregunta para el próximo año será cómo equilibrar ese poder con nuestra responsabilidad.
Necesitaremos diálogo para aprovechar sus beneficios sin ceder la esencia humana que nos trajo hasta aquí.
