La moda atraviesa un punto de inflexión sin retorno. Durante años, la ecuación estuvo dominada por volumen y velocidad.
El fast fashion instaló el imperativo de producir colecciones rápidas y accesibles, sin reparar en su costo oculto: toneladas de desperdicio, emisiones descontroladas y una cultura de lo desechable que pareció normalizada.
Ese espejismo se quebró en 2023, cuando Chile apareció en las portadas internacionales como símbolo de los excesos de la moda rápida.
Las imágenes del desierto de Atacama cubierto de ropa usada recordaron que el modelo de consumo lineal ya no es sostenible. Desde entonces, la circularidad dejó de ser un valor agregado para transformarse en un imperativo ético y estratégico.
Los consumidores han internalizado este cambio más rápido que las propias marcas. Según el Resale Report 2025 de ThredUp, los Milenials y la Generación Z planean destinar hasta un 46% de su presupuesto contemplado para comprar ropa en prendas de segunda mano.
Esto impulsa un mercado que crece tres veces más rápido que la industria global. En otras palabras, el futuro del consumo textil será circular porque así lo exige el cliente.
La respuesta de las marcas fue dispar. Algunas entendieron que “la circularidad no se comunicó, se practicó”, afirmó.
Zara lanzó Pre-Owned para reventa y reparación de prendas; H&M reforzó programas de reciclaje en tienda.
Patagonia consolidó su reputación con Worn Wear, demostrando que un modelo basado en durabilidad y reparación puede ser rentable y fortalecer la lealtad del consumidor.
En el extremo opuesto, Shein encarnó los riesgos del greenwashing: multada en Francia por prácticas engañosas, su modelo ultra fast fashion emite más de 16 millones de toneladas de CO₂ al año y depende casi por completo del poliéster.
Y es justamente en Francia donde la circularidad pasó de ser un asunto de mercado a una política pública.
Recientemente, el Senado aprobó una ley inédita: eco-tasa progresiva sobre prendas de ultra fast fashion, prohibición de publicidad para estas plataformas y obligación de transparencia ambiental en cada producto.
A esto se suma una multa de €40 millones contra Shein por descuentos falsos y un fondo de €49 millones destinado a mejorar la recolección y reciclaje textil.
El mensaje es inequívoco. La circularidad no es una palabra de moda ni un recurso comunicacional: es un estándar que se impone por la presión de los consumidores y por la fuerza de la regulación.
La industria textil tiene hoy una oportunidad única: reinventarse en torno a un modelo que reduzca el desperdicio, fidelice a los consumidores y aporte al planeta.