En los últimos años, Chile ha dado pasos decisivos hacia la digitalización de su sistema de salud.
La entrada en vigencia de la Ley de Interoperabilidad y la discusión en torno a la regulación de inteligencia artificial (IA) marcan un punto de inflexión.
Por primera vez, existe el marco legal y tecnológico necesario para que la información clínica fluya, se conecte y genere valor real.
¿Pero cómo podemos transformar los datos clínicos en decisiones accionables?
No basta con mejorar la eficiencia del sistema. También debemos elevar la experiencia del paciente e impulsar el trabajo de los equipos médicos.
Hoy, más de 2,5 millones de personas se encuentran en lista de espera en Chile, según cifras oficiales del Ministerio de Salud.
Esa presión estructural no solo responde a la escasez de recursos físicos o humanos, sino también a cómo gestionamos la información.
Exámenes duplicados, decisiones clínicas con antecedentes incompletos y pacientes que transitan por distintos niveles sin continuidad de cuidado son síntomas de un sistema que aún funciona en silos.
La fragmentación no es solo un problema operativo, es una barrera directa a una atención segura y oportuna.
Para resolverlo, debemos avanzar desde la digitalización de procesos hacia una integración real de datos, donde la interoperabilidad y la IA se conviertan en habilitadores del cuidado.
Uno de los principales desafíos es que la tecnología no interrumpa el flujo clínico, sino que lo acompañe.
En vez de sumar más pasos al trabajo asistencial, se debe liberar tiempo, simplificar tareas y mejorar el acceso a la información relevante.
Algunas experiencias locales ya han probado que esto es posible.
Herramientas que permiten registrar automáticamente una consulta médica a partir de la conversación con el paciente, por ejemplo, han mostrado resultados prometedores.
Se genera un registro más completo, se eliminan tiempos de tecleo y el profesional puede centrarse en lo que realmente importa.
Estos avances no buscan reemplazar a nadie, sino reducir la carga operativa que muchas veces aleja a los equipos de su rol más humano.
Desde nuestro rol como actores del ecosistema tecnológico en salud, hemos visto cómo esta transformación solo puede sostenerse si se basa en tres pilares: gobernanza, seguridad y protección de los datos.
Para que la IA genere valor clínico real, los datos deben estar estructurados, disponibles en tiempo real y ser confiables.
Y eso no se resuelve solo con software.
Se necesita un modelo de trabajo conjunto, estándares compartidos y una institucionalidad robusta que garantice el uso ético de la tecnología y la transparencia en el manejo de la información.
La confianza no es un subproducto de la digitalización: es su condición de posibilidad.
En este contexto, la Ley de Interoperabilidad es un avance fundamental.
Obliga a los sistemas públicos y privados a compartir información clínica de manera segura y eficiente.
Pero aún queda camino por recorrer.
Necesitamos una política de Estado que garantice continuidad, financiamiento y capital humano especializado.
La creación de una agencia independiente de salud digital —como ha ocurrido con éxito en otros países— podría ser una herramienta eficaz para consolidar esta visión, acelerar la implementación y asegurar que la interoperabilidad se traduzca en beneficios tangibles para las personas.
Por lo tanto, no basta con tener marcos normativos o soluciones tecnológicas.
Necesitamos coordinación entre el sector público y privado, una cultura que fomente la adopción, y mecanismos que midan el impacto real de estas herramientas en la calidad del cuidado.
Como país, tenemos las condiciones para dar este salto.
Contamos con niveles de conectividad destacados, soluciones probadas y una comunidad clínica dispuesta a innovar.
Tanto la inteligencia artificial como la interoperabilidad no son un fin en sí mismas, sino un medio para humanizar la atención, reducir brechas y empoderar a los equipos clínicos.
Si ponemos al paciente en el centro, diseñamos con propósito y avanzamos con responsabilidad, podemos construir un sistema de salud más justo, accesible y eficiente.
Y ese futuro empieza con las decisiones que tomemos hoy.