Durante los últimos años, las organizaciones atravesaron una sucesión implacable de disrupciones: pandemias, guerras, crisis económicas y catástrofes climáticas.
Lo que antes era visto como una “anomalía” se volvió una constante del entorno. En este nuevo escenario, la resiliencia dejó de ser una opción para convertirse en una condición necesaria para el crecimiento sostenible.
El Accenture Resilience Index, que analiza a más de 1.600 compañías globales, confirmó el impacto que tenía en las organizaciones la forma en la que actuaban resilientemente: menos del 15% de las compañías logró sostener un crecimiento rentable a largo plazo.
La diferencia estuvo en cómo entendían la resiliencia: no solo como resistencia, sino como catalizador para reinventarse.
Esto generó una ventaja competitiva cada vez mayor: la brecha de desempeño entre las organizaciones más resilientes y las más vulnerables creció 17 puntos en los últimos años.
En términos simples, mientras unas caían, otras lograban fortalecerse y ampliar cada vez más su liderazgo.
De acuerdo con este análisis, también fue posible ver cómo estas mismas organizaciones más sólidas en términos de resiliencia crecieron en promedio 6 puntos porcentuales más rápido y obtuvieron márgenes 8 puntos superiores que sus pares con baja resiliencia.
Y cuando enfrentaron crisis severas, el 60% de estas empresas logró aumentar su rentabilidad, frente a apenas un 21% del resto.
La resiliencia, entonces, no solo protegía valor: lo creaba.
El desafío planteado estaba en que muchas compañías desarrollaban su resiliencia de manera desigual.
Invertían fuertemente en capacidades tecnológicas (como inteligencia artificial, data y ciberseguridad), pero descuidaban dimensiones críticas como la operativa y la humana.
Esto creaba la ilusión de preparación, pero dejaba grietas que se amplificaban con cada nuevo shock.
De acuerdo con el estudio, solo el 4% de las empresas mejoró su resiliencia en todas las dimensiones clave.
El mensaje fue claro: el concepto mismo de resiliencia evolucionó. Ya no se trataba solo de resistir golpes, sino de convertir la volatilidad en una ventaja estratégica.
Esto implicó ver la incertidumbre como oportunidad, diseñar modelos operativos flexibles, invertir tanto en talento como en tecnología y normalizar la disrupción como parte del ADN organizacional.
Ejemplos como Microsoft, que durante la pandemia escaló sus plataformas digitales y hoy lidera la integración de GenAI de manera global, o Unilever, que reconvirtió fábricas en semanas para producir sanitizantes y escalar su capacidad a niveles inéditos, mostraron cómo la resiliencia podía convertirse en un trampolín para la competitividad.
En un mundo donde la volatilidad es estructural, las empresas no podían limitarse a prepararse para lo inesperado.
Debían prepararse para reinventarse.
La resiliencia que marcó la diferencia fue la que transformó los desafíos en oportunidades, y las crisis en crecimiento, innovación y liderazgo.