El pasado 5 de diciembre, la investigadora argentina Milagros Miceli compartió sus perspectivas en Buenos Aires. Reconocida por la revista Time entre las 100 personas más influyentes, su visión cuestiona el entusiasmo desmedido por la tecnología.
Miceli propone un análisis sobre el funcionamiento real y los impactos sociales de estas herramientas. Sostiene que la IA Generativa no es inmaterial ni neutral, sino que se basa en formas de explotación de personas y territorios.
Es preciso hablar de tecnologías de automatización para no ocultar la materialidad que sostiene estos modelos. La primera forma de impacto es la explotación de la creatividad humana y el uso masivo de contenidos sin consentimiento.
Esto afecta a artistas, periodistas y escritores que no reciben reconocimiento ni compensación. Esta dinámica genera conflictos por derechos de autor y concentra los beneficios económicos en pocas empresas tecnológicas.
Ver también: Milagros Miceli expone la cara oculta de la industria de inteligencia artificial
En segundo lugar, existe un trabajo humano invisibilizado. Cientos de millones de personas realizan tareas de etiquetado y moderación de contenido en condiciones precarias, mayoritariamente en el sur global.
Esta precarización busca reducir costos y limitar el cuestionamiento de quienes producen los datos esenciales. Sin este mantenimiento humano, los modelos tecnológicos no podrían sostenerse.
Asimismo, la infraestructura de la IA Generativa requiere enormes cantidades de agua, energía y territorio. Los centros de datos tienen una materialidad concreta que genera impactos ambientales y contaminación local.
Ante proyectos de infraestructura en regiones como la Patagonia, es vital indagar sobre los impactos directos. Las decisiones deben tomarse con un balance integral que contemple el desarrollo comunitario y ambiental.
También se cuestionó la supuesta neutralidad de la tecnología. La inteligencia artificial puede imponer visiones del mundo que reflejan los intereses de sus diseñadores, manifestando sesgos de género o falta de diversidad.
Frente a la concentración de poder, surge la necesidad de preguntar para qué y para quién se aplica esta tecnología. Se propone diseñar soluciones desde las necesidades reales de las comunidades.
Finalmente, la conversación sobre tecnología ha pasado a ser una discusión ética. Para compañías como Santex, la responsabilidad es enorme al fabricar soluciones globales.
El desafío actual es definir si se perpetúa una lógica extractivista o una ecosistémica. El objetivo debe ser un paradigma donde el desarrollo tecnológico genere beneficios para todos.
