El otro día, camino al trabajo, me hice una pregunta que tal vez muchos nos hemos hecho sin darnos cuenta: ¿De cuántas comunidades virtuales soy parte? Estamos inmersos en grupos de WhatsApp, cursos online, plataformas de entretenimiento, aplicaciones y videojuegos.
Sin embargo, cuando intenté hacer un recuento de todos los «mundos virtuales» en los que participo, me costó llegar a una respuesta. ¿Realmente somos conscientes de todas las comunidades a las que pertenecemos? Tal vez algunas de ellas permanecen en silencio, como si estuvieran en pausa, pero seguimos ahí.
Al intentar hacer un recuento, me resulta difícil identificar cómo llegué a formar parte de algunas comunidades virtuales. Hace poco me sumé a una propuesta de aprendizaje virtual.
Al principio, parecía interesante, pero pronto me di cuenta de que estaba en un entorno lleno de consignas, reglas y responsabilidades para las que no estaba preparada. Así que me bajé.
Este proceso fue un aprendizaje en sí mismo. Mientras veía el esfuerzo de quienes coordinaban la comunidad por mantenerla activa, con constantes estímulos y consignas, a mí me resultaba invasivo.
Me hizo reflexionar sobre la importancia de establecer expectativas claras antes de comprometerme a algo. Mientras algunos disfrutaban muchísimo de la experiencia como si estuvieran en Disney, yo opté por salir.
Pertenecer y permanecer en una comunidad tiene consecuencias, algunas conscientes y otras no tanto. Para organizar mis ideas, pensé en tres etapas: Sumarme, usar, salir. Casi como si se tratara de un libro o un guion, con principio, nudo y desenlace.
Esto me llevó a cuestionarme: ¿Qué barreras de entrada establezco antes de unirme a una comunidad virtual? ¿Soy selectiva o me sumo a todas sin pensarlo demasiado? Es fundamental entender lo que implica cada comunidad: tiempo, atención, acciones y, sobre todo, un grado de involucramiento.
A veces, es por una necesidad puntual; otras, simplemente por curiosidad. Pero no todas las generaciones interactúan con estos espacios de la misma manera.
Si lo piensas, tal vez estés en más comunidades de las que quisieras. Cada una de ellas tiene una prioridad diferente según el momento en que te encuentres. Esto genera ruido. Hay conversaciones que tenemos con nosotros mismos antes de interactuar o responder, y otras que suceden casi automáticamente.
Mantener el equilibrio entre tantas conexiones es un acto complejo, como esos malabaristas que sostienen varios platillos en el aire.
Y aunque no lo parezca, ese esfuerzo también cuenta. Sostener una forma, un estilo, puede volverse agotador sin que lo notemos.
No nacemos con esta habilidad; mis primeras «comunidades» de pequeña eran simples conversaciones con amigos imaginarios. Hoy, son grupos virtuales tan reales que me generan todo tipo de emociones. ¿Te pasa?
Pasamos tanto tiempo en entornos virtuales que se vuelven una extensión de nuestra vida diaria. La pregunta es: ¿es suficiente con implementar reglas sanas de detox individual?
Creo que depende de la personalidad y del uso que cada uno haga, pero lo cierto es que siempre vale la pena revisar en cuáles comunidades estamos y si queremos seguir estando.
¿Qué tipo de interacción genero yo? ¿Me limito a leer y reaccionar, o realmente participo? Este es solo el inicio de una conversación conmigo misma, pero identificar dónde estoy me permite tomar decisiones más conscientes.
A veces, un simple emoji o sticker puede desatar una conversación gigante. ¿Lo has notado?
Al final, nuestras comunidades virtuales también tienen personajes, reglas y expectativas. Y, como en la vida real, todos los que estamos ahí compartimos algún interés en común. Pero, ¿estamos dispuestos a hacer limpieza?
Recuerdo a Marie Kondo y su famoso método de organización: guardar, donar, tirar. ¿Cómo podríamos adaptar esto a nuestro mundo digital? Tal vez las categorías serían: permanecer, evaluar, desconectar. Revisar dónde realmente quiero estar activa y desconectar de aquellas comunidades que ya no aportan.
Este es solo el primer paso en un proceso que seguirá evolucionando. Hoy más que nunca, es necesario detenernos y revisar nuestras conexiones digitales con la misma atención que prestamos a nuestras relaciones personales.
La revisión constante no solo mejora nuestra salud mental, sino que también nos ayuda a ser más efectivos en las comunidades donde realmente queremos destacar, ya sea para divertirnos, colaborar, disfrutar del intercambio o hacer red.
El poder de hacer red es increíble, virtuoso y apasionante; la contracara es estar en muchos mundos virtuales, y cada vez más sabemos que el estar en muchos temas a la vez puede ser casi como no estar en ninguno realmente.
Es hora de hacer una pausa y preguntarnos: ¿cuántas comunidades virtuales habitamos, dejamos huella y cuántas realmente queremos seguir habitando? De la misma manera que está de moda buscar un propósito, regalémonos el tiempo de revisar el propósito de nuestra presencia y huella en las comunidades virtuales.
Es un tema que me apasiona y creo que merece más análisis. Quizás esto sea solo el inicio de un nuevo capítulo o, quién sabe, de una segunda temporada. Así que, «continuará…»